¡Hola de nuevo a todos!
Hace unos días vi en las redes sociales una noticia del periódico ABC en la que contaba la emotiva sorpresa de un joven malagueño a su abuela, a la que llevaba sin ver meses por miedo a que se contagiase de coronavirus. Solo se comunicaba con ella a través del teléfono. Una tarde ella le escribió diciendo que estaba triste y él aprovechó que tenía que ir a Málaga para darle una sorpresa. Después de tantos meses, la abuela del joven pudo ver a su nieto, con cinco metros de distancia y con las mascarillas puestas, pero la alegría fue inmensa cuenta el chico.
Con esta noticia quiero hacer referencia al cambio tan importante que se ha dado en las relaciones entre los abuelos y los nietos tras la pandemia.
Antes los abuelos eran quienes cuidaban a los nietos, quienes los mimaban y los consolaban. Seguro que todos recordamos sus casas como un segundo hogar, donde siempre hemos sido bien recibido con una gran sonrisa. Ver a las abuelas cocinar nuestros platos favoritos o jugar todos los primos alrededor de ellos. Quedarnos a dormir allí era como ir a un parque de atracciones que no tenia fin, escuchar historias de cuando nuestros padres eran tan pequeños como nosotros, ayudar en la cocina, los inventos que hacían para entretenernos o la cantidad de juguetes que tenían solo para cuando nosotros íbamos. Eran detalles cotidianos e inconscientes para nosotros.
Siempre hemos pensado que los abuelos son invencibles, para nosotros eran héroes que siempre nos acompañarían y es que es muy difícil pensar que alguien que te quiere tanto algún día se irá. Hay abuelos que han hecho de padres, otros de tíos y otros de la familia entera. Siempre nos han escuchado y acogido, y con esta pandemia nos hemos dado cuenta lo difícil que es vivir sin ellos, sin su esencia de sabiduría y sin sus abrazos invencibles. En esos tres meses de cuarentena nos hemos dado cuenta de que no son tan fuertes como pensábamos y que al igual que todos ellos también tienen debilidades. Sin embargo, han aguantado, lo han hecho por nosotros, por volver a jugar con sus nietos aunque sea con mascarilla y un bote de gel hidro alcohólico por delante.
Ellos, que la mayoría no sabían utilizar las nuevas tecnologías, se han adaptado al cambio. Nosotros nos quejamos por no poder salir, pero ellos ni estando solos en sus casas han protestado. Solo quieren el bien común y han asimilado esta situación mejor que nosotros. No podían ver a sus familias y amigos, pues buscan la manera, aunque tuvieran que comprarse una de esas "maquinas que hacen todo" como ellos lo llaman, y aprender a utilizar las videollamadas para estar un rato de las veinticuatro horas del día en contacto con alguien. En las residencias de ancianos han encontrado distintas maneras para que pudieran ver a sus familias, ya sea a través de una lona, un cristal o en diferentes habitaciones, pero han hecho que no pierdan la esperanza, la ilusión y que sigan en pie día a día.
Actualmente el mayor deseo de los abuelos es poder ver a sus nietos, después de este año, a muchos de ellos ya les da igual enfermar. Prefieren morir pero ver a sus nietos crecer que estar solos y tan solo ver sus caras a través de una pantalla. Están impacientes por volver a la normalidad, por recoger a sus nietos del colegio y llevarlos al parque, por comprarles un helado o enseñarles a leer. Son simples detalles que nosotros no nos damos cuenta pero que para ellos significa un gesto de felicidad.
A medida que vamos creciendo valoramos más el tiempo que pasamos con nuestros abuelos, deseando que nunca llegue a su fin y después de la época de la cuarentena hemos cambiado la relación que teníamos con ellos por su seguridad. Ahora vamos a verlos con miedo, con más precaución que nunca y sin la seguridad de si lo que estamos haciendo está bien, a pesar de que ellos nos repitan que es un regalo que estamos allí. Los más pequeños de las familias ya no pueden pasar tanto tiempo con ellos, no se pueden quedar en sus casas y los abrazos están restringidos. Sin embargo, todos estamos esperando a que esto pase para volver a ver sus caras de ilusión dándonos la mano, un beso o una sonrisa por alguna broma que hacemos. Estoy segura que pasará, que los abuelos volverán a su esencia y que los nietos nos sentiremos las personas más afortunadas y felices del mundo por volver a compartir nuestros simples detalles pero grandes gestos con ellos.
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